viernes, 21 de diciembre de 2012

Que el fin del mundo me encuentre escribiendo sobre lo que me apasiona.

Pirámide de Kukulcan en Chichén Itzá


Aprovecho la paranoia mediática del evento cósmico y los ciclos mayas para recorrer el mundo precolombino, una extensión geográfica vasta ilustrada con montañas de diversos colores, cascadas y lagos, valles y desiertos. 



La clasificación espacial que más me ayuda a transitarlo es la de áreas Mesoamericana, Andina y Noroeste Argentino. Asumo el riesgo de dejar de lado algunas zonas y organizaciones que se escaparán a causa de la  catalogación.
Este gran territorio fue escenario de muchas culturas, varias de ellas contaban con organizaciones urbanas desde el 2.000 antes de Cristo. Hablo de centros poblados, ciudades con una estructura determinada producto de una sociedad que evolucionó de la vida nómada a la sedentaria. 
El descubrimiento de la agricultura y su desarrollo como medio de subsistencia fue la causa principal del sedentarismo y en función a ella se estructuraron la mayoría de las sociedades.
Las organizaciones sociales estaban estratificadas en forma piramidal, por eso es tan representativa en la cultura precolombina la pirámide escalonada integrada por campesinos; guerreros, comerciantes y artesanos; nobles, sacerdotes y jefes guerreros y en la cúspide los dioses.
Todos los miembros de la organización estaban vinculados a la tierra, el núcleo vital de la economía agrícola, protegida por guerreros, trabajada por artesanos. Todos los rituales estaban ligados a ella.
Hoy me transporto al continente americano a través de las culturas, las regiones y sus signos que persisten en el espacio y el tiempo, la creación de un sello distintivo, simbólico, mítico.
Me quedo en los escalones que unen la tierra con el cielo, la cooperación humana-divina, los campesinos en la base y las deidades de la naturaleza en la punta: el rayo, la luna, la lluvia, el sol.


                                                   


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